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La Semana Santa es una de las tradiciones religiosas más representativas del catolicismo. Si bien ha sido ampliamente expandida en todo el mundo, cada lugar la dota de su toque especial que hace que los habitantes se sientan identificados con ella.
En el caso de Perú, donde más del 70% de la población se considera católica, la Semana Santa siempre estará marcada de un color diferente en el calendario. Pero hay un lugar en nuestro país donde esta festividad destaca no solo por su significado, sino por la tradición y fervor que encierran sus ritos.
Ayacucho, sierra sur del Perú. Domingo de Resurrección, antes del amanecer. En medio de la oscuridad, la puerta de una iglesia se abre y deja salir una luz resplandeciente. La Plaza de Armas luce abarrotada de gente, entre turistas y creyentes, todos expectantes. El brillo va acercándose a la calle y tomando forma de una maravillosa anda de más de 10 metros de altura, iluminada de pies a cabeza con cirios y Jesús resucitado como corona.
Para llegar aquí, hemos recorrido un largo camino desde la época del Virreinato. Los españoles llegaron a Perú con muchas tradiciones, incluida la celebración de la Semana Santa. Inspirados en la forma cómo estas fechas se viven en Sevilla, introdujeron el culto y, poco a poco, este se convirtió en una tradición hasta ser la segunda más importante del mundo después de la sevillana.
(Foto: Gihan Tubbeh / PromPeru)
En Ayacucho, la Semana Santa dura 10 días e inicia el viernes previo al Domingo de Ramos. Conocido como el ‘Viernes de Dolores’, está marcado por la procesión del Señor de la Agonía, la Virgen Dolorosa, San Juan y la Verónica.
El Domingo de Ramos, Jesús entra en la ciudad. Tal como lo hizo en Jerusalén, sucede en Ayacucho: a lomo de burro, rodeado de sus apóstoles – doce hombres vistiendo prendas de la época- y alabado por el pueblo con palmas en mano. El chamizo (retamas secas) entra previamente directo a la plaza, donde servirá para encender el fuego el último día de celebración.
El miércoles, la conmovedora ‘procesión del encuentro’ paraliza la ciudad: la imagen de Jesús Nazareno, con la cruz a cuestas, avanza por las calles hasta encontrarse con el anda de la Verónica, ante la cual se inclina para limpiar su rostro. Ella va en busca de San Juan y de María. La Virgen llega pronto a la Plaza de Armas, donde ve a su hijo camino al calvario. Ambas imágenes se detienen iluminados sólo con la luz de los cirios de los fieles. Y es que cada procesión en Ayacucho tiene una razón de ser, una historia que contar.
El Jueves Santo, las procesiones cesan y los pobladores recorren las iglesias de la ciudad. El Viernes Santo por la noche, un nuevo encuentro sucede: la Virgen Dolorosa llega a llorar ante el Santo Sepulcro. La calle está en silencio, con decenas de mujeres vestidas de negro en señal de luto.
(Foto: Gihan Tubbeh / PromPeru)
El sábado el ambiente empieza a tornarse festivo. El repicar de las campanas de las iglesias de la ciudad despierta a la gente, marcando el inicio de la celebración. Una gran feria tradicional se apropia del cerro Acuchimay, con productos locales, artesanías y comida. Mientras tanto en Huamanga, muy al estilo de San Fermín en España, el ‘Pascuatoro’ libera a uno de estos animales en las calles haciendo correr a los asistentes para no ser alcanzados. En Ayacucho, la plaza se llena de gente, entre cantos y bailes, a la espera de la caída de la noche.
Volvamos a donde iniciamos. Domingo de Resurrección, a los pies del anda del Señor de la Resurrección. Cada detalle en ella tiene un significado que la conecta con la cosmovisión andina: es triangular porque representa las montañas, los Apus; sus adornos de cera tienen formas de flores y maíz, ofrendas que se hacían a las deidades para pedir una buena cosecha. Lentamente avanza por la plaza, con cientos de personas que se turnan para llevarla en hombros. Aquí no hay cargadores ni hermandad, es el mismo pueblo quien da vida a una de las expresiones culturales más impresionantes del Perú y hasta del mundo.
*Foto de portada: Gihan Tubbeh / PromPeru