El Cusco tiene Machu Picchu, que atrae miles de viajeros al año. Un santuario mágico que encanta pero que además irradia energía, sobre todo en esos amaneceres de película vistos desde la Puerta del Sol, cuando la luz se filtra por los edificios que aún sobreviven, imponentes, al paso del tiempo. Altas cumbres flanquean el escenario y uno puede refugiarse en el silencio y compartir un poco de paz. Y es que el misticismo de Machu Picchu no se puede contar con palabras; es algo que se debe sentir. Ubicado a 2430 m.s.n.m., para entenderlo hay que saber leerlo. Sus puntos clave son la plaza principal, el templo del cóndor, el Intihuatana, las tres ventanas, el recinto de los espejos, el palacio inca, la roca sagrada, el Intipunku, desde donde se tiene una vista panorámica, y la subida al Huayna Picchu. A un kilómetro andando hacia el sur desde Machu Picchu se encuentra la Puerta del Sol o Intipunku. Probablemente haya servido de punto de vigilancia y control de acceso debido a su estratégica ubicación: se admira todo el complejo y se llega ahí yendo a través de la ciudadela o por cualquiera de las versiones del Camino Inca.
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